Miro hacia arriba y las tormentas de Júpiter me devuelven la mirada. Un maremágnum de hidrógeno y helio domina las vistas desde Europa, no en balde la helada luna esta muy próxima al gigantesco planeta en los tiempos actuales.
No me gustaba lo que veía, era puro caos errático, siempre había preferido oscuros cielos llenos de estrellas, con sus distancias astronómicas y sus constelaciones que guiaron a los viajeros humanos durante eones; tienen una lógica matemática intrínseca que me parece hermosa.
De mala gana, bajo la vista del firmamento para centrarme en el trabajo que me ha traído a este mundo muerto. Europa nunca había sido uno de los lugares más confortables del sistema solar, la terraformación había sido una auténtica chapuza, y las guerras subsiguientes no habían hecho ningún favor al pobre ecosistema generado; aunque no lo consideró un serio problema, siempre he pensado que la tecnología se abre camino donde nada más puede hacerlo. Si al caso era más una ventaja, pues mi presa vería dificultada su fuga en tan inhóspito paisaje.
Me sentía mal por considerarla una presa pues, aunque era su designación, a diferencia de las bestias del tercer planeta este ser tenía cierta inteligencia. Un raro espécimen con doble cromosoma X, descendiente de la humanidad cuyo imperio estelar tenía su corazón en este pequeño sistema solar. Aunque la presa tiene tanto de humana como los humanos de monos.
Analizo un rastro de sangre en las calles de esta ciudad muerta, ADN del objetivo confirmado. No puede estar muy lejos, el rastro es fresco, la sangre apenas coagulada y las proteínas aun degradándose. Genes alterados y modificados tanto naturalmente como artificialmente, poca pureza hay en mi esquivo objetivo, en cambio yo permanezco eterno e inmutable, perfecto en todos los sentidos. Esta dicotomía entre nosotros es lo que me obliga a cazar a tan extraño ser, su adaptabilidad la hace peligrosa, su capacidad de multiplicarse más aún. No era algo personal el matarla sino algo lógico.
Avanzo a través de escombros, el rastro cada vez mayor; al ritmo que pierde sangre no va a ser necesario que la mate yo mismo. Pero es el objetivo, así que activo el cañón de riel acoplado entre las armas disponibles. Los sensores detectan algo a pocos metros, se ha parado en lo que parece un callejón sin salida, mala suerte para ella pienso.
Giro la esquina y me dispongo a disparar a plena potencia un ataque capaz de destruir un edificio, es entonces cuando veo mi error. En medio de un charco de sangre esta su brazo, se lo habrá cortado ella misma, pues sabe bien que le volverá a crecer. Ese trozo de su ser, aún caliente, me ha engañado y las tornas han cambiado; ahora yo soy la presa. Mi cerebro positrónico calcula millones de posibilidades, pero no lo suficientemente rápido antes de notar como dos granadas de plasma caen a mi espalda. Reacciono con una velocidad digna del mismísimo Hermes y me lanzo hacia el muro con intención de atravesarlo, es la única opción viable, pero la explosión me alcanza parcialmente antes de conseguir mi gesta. El blindaje ha aguantado, pero he sufrido daños considerables, sangre blanca se derrama de mi cuerpo.
Karen observaba a la máquina sangrar, a falta de un mejor termino. El androide la había perseguido por medio sistema solar sin descanso, era lo único que hacían las máquinas, acabar con lo que quedaba de la humanidad, el triste y único objetivo para sus existencias anodinas y perfectas.
Pues objetivo conseguido, lo que queda de la humanidad tras tantos siglos, ya no es humano. Para sobrevivir a una guerra intergaláctica contra un enemigo superior, la humanidad hizo lo único que sabía, adaptarse. Karen miraba su propio cuerpo tan parecido por fuera al de una humana de hace dos mil años, pero por dentro la cosa era muy distinta: mayor densidad molecular, implantes musculares, regeneración celular acelerada, capacidad fotosintética, sentidos tan desarrollados que captan todos los espectros visibles y longitudes de onda… y esto solo era una mínima parte. Pero este efímero pensamiento, apenas nanosegundos en su sinapsis nerviosa hiperevolucionada, acaba justo a tiempo para ver que el bastardo todavía sigue operativo y sus nanomáquinas han empezado a reparar el daño recibido. Así que Karen salta desde una altura de cuarenta metros hacia la máquina. En su único brazo, agarrada con firmeza, una lanza de filo monomolecular cargado con nanomáquinas disruptoras, un ataque preciso al núcleo de objetivo y se acabó.
Noto el impacto en el núcleo de mi propio ser, no esperaba un ataque desde arriba. Es algo ilógico, en el aire no se puede esquivar, así que descarte esa vía de ataque. Los humanos siempre serán bestias ilógicas, aunque me maravillo ante su precisión, como ha controlado su calor corporal, su emisión de feromonas y el latido de su corazón. Nanomáquinas ofensivas recorren mi sistema como un virus que devora todo a su paso, me quedan apenas segundos así que alzo la vista buscando un cielo estrellado, pero solo las tormentas de Júpiter me devuelven la mirada.
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